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Esteban Victor Maidana...

"El hombre es su deseo " dijo aristoteles, y mi deseo seria que compartieran este simple diario de visicitudes, alegrias , y de todo.. en esta balanza que es la vida misma...sepan disculpar..si alguno no se ve reflejado...solo es la vida....DEJEN SU COMENTARIO ES TODO BIEN RECIBIDO... ESTEBAN

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24 de Agosto, 2009 · General

UN CUENTO...

 

Erauna mujer mediana; casi diríase que pequeña, pero poseía un caráctervigoroso y fuerte. Vivía desde hacía años con un gigantón que siemprehabía trabajado en el puerto como estibador, hasta que aquella extrañaenfermedad anidó en sus pulmones y lo imposibilitó para cualquier laborfísica.


Desde el primer momento ella cuidó de él; se ocupó desus medicinas, de su descanso y de su alimentación con un pequeñosueldo de limpiadora de los puestos del mercado. Sin embargo, lainstalación de aquellos grandes almacenes cercanos hacía cada vez másescaso su salario. Por otro lado, el gigantón con lo que realmentedisfrutaba en la vida eran sólo dos cosas: su compañía y el dulce demembrillo.


Su casero era tan impresentable y repugnante comomiserable. No era la primera vez que se retrasaba en el pago delalquiler de las dos humildes habitaciones en las que vivían, pero locierto es que los ahorros de los que ambos disponían hacía tiempo quese les había acabado. A ella le resultaba cada vez más difícilconseguir dinero para satisfacer el pago de la mensualidad.


Siemprea petición de ella, se reunía con su casero en una de las muchastabernas de la zona. Ella no quería que el poderoso descargador demuelle que su compañero fuera en otros tiempos sufriera por laprecariedad económica por la que pasaban.


El casero gustaba dellevar una enorme pinza en la corbata que, junto con sus incisivos deoro y sus gruesos dedos, le conferían un aspecto extraño, entre lofantasmagórico y lo real. La última vez, cuando ella llegó ya la estabaesperando.Al sentarse, sin preámbulos se lo espetó en la cara: “si deaquí a veinticuatro horas no me pagas lo que me debes, te desahucio, ati y a tu hombre y dormís en la calle. No tendréis ni un minuto de más”.


Deregreso a su casa, la idea de ver sufrir aquella humillación algigantón con quien había compartido su vida se le hacía insoportable.Pero no tenía dinero para pagar la deuda y conocía la crueldad delcasero: sabía que la amenaza era real. Todo esto hacía la situación másinaguantable. Cuando llegó al hogar, se acercó a la cama de él con unasonrisa en la boca y un trozo de carne de membrillo entre sus manos. Elhombre con suma dificultad, asfixiándose en la cama, exclamó conalegría:


- ¡El mejor momento del día! ¡Mi mujer y el dulce de membrillo! A pesar de todo sigo siendo afortunado.


Aquellas palabras la estremecieron y, mientras cortaba el dulce en pequeños dados como a él le gustaba, tomó una determinación.


Besóa su hombre en la frente, asegurándole que volvería enseguida despuésde solucionar unas pocas cosas para el trabajo del día siguiente.


Salióa la calle con el mismo cuchillo con el que había cortado el membrillooculto en su mantilla. Jamás habría hecho daño a nadie; pero entre elmundo, el bien, la honradez y su hombre, siempre elegiría lo último.Recorrió la ciudad de una punta a otra, hasta llegar a la zona altaresidencial y se apostó en una oscura callejuela. Estaba serena ytranquila, ella, que siempre había sido un manojo de nervios.Permaneció quieta, con la mente en blanco hasta perder la noción deltiempo. Un leve ruido la sacó de su ensimismamiento: alguien caminabahacia el lugar donde estaba dando tumbos. La manera de caminar, juntocon el vocablo y algún trozo de canción que salía de su boca daban unaidea clara de la clase de la que venía. Sin pensarlo un momento, sepuso ante él y, con el miedo en el estómago pero con el puso firme leasestó varias puñaladas. Debido además a su corta estatura, una deellas le desgarró el paquete sexual produciendo una muerte inmediata:se desangró con la misma rapidez con la que una gota de agua se mezclaen el torrente de un río.


Inmediatamente introdujo su mano en lachaqueta, extrajo el dinero que contenía la cartera y la dejó encimadel cuerpo. Limpió el cuchillo en la ropa del cadáver y se alejó sumidaen una extraña sensación de irrealidad. Volvió a su casa. Él dormía;junto a la luz del hornillo de la cocina se paró a contar los billetes.Era mucho más de lo que necesitaba. Separó la parte que debía al caseroy el resto la guardó en un bote de galletas en la alacena. Se sentójunto a la cama hasta que amaneció. Al despertar él la vio vestida decalle, mirándole y con el café preparado.


- No te he sentido ni llegar ni levantarte


Con una sonrisa en los labios, ella exclamó:


- Ya sabes, ¡soy tan poca cosa…!


Despuésde desayunar, se marchó al mercado hasta que llegó la hora convenidacon el casero en la taberna. Fue allí; esperó y esperó, pero este noaparecía. Cansada, decidió marcharse: total, ya aparecería. A ella yano le preocupaba, tenía el dinero del alquiler para mucho tiempo.


Enel otro extremo de la ciudad, la policía examinaba el cuerpo de unhombre con dientes de oro, enorme pinza de corbata y gruesos dedos. Eldetective de mayor edad determinó que el asesinato había sido un ajustede cuentas de algún proxeneta. Los sitios donde le habían asestado lascuchilladas y la violencia de las mismas así lo acreditaban. Esta fuela versión oficial. Hubo sospechosos y detenidos, interrogatorios yseguimientos, pero no se descubrió al proxeneta asesino. Así constó enlos informes policiales.


La carne de membrillo y su compañera nole faltaron hasta que una fría mañana de invierno sus pulmones serompieron, muriendo en su cama, en su casa de dos habitaciones.

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publicado por victoresteban a las 21:12 · Sin comentarios  ·  Recomendar

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