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Esteban Victor Maidana...

"El hombre es su deseo " dijo aristoteles, y mi deseo seria que compartieran este simple diario de visicitudes, alegrias , y de todo.. en esta balanza que es la vida misma...sepan disculpar..si alguno no se ve reflejado...solo es la vida....DEJEN SU COMENTARIO ES TODO BIEN RECIBIDO... ESTEBAN

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24 de Julio, 2009 · General

Y LOS HOMBRES SERAN HERMANOS...

El pueblo Las Colinas era un aglomerado de casas con escasos doscientoshabitantes en aquel lejano septiembre de 1970. Separado por cuatrokilómetros del poblado mas cercano y a siete de la ciudad principal.Aun no habían llegado comodidades de la vida moderna como laelectricidad y la televisión, de modo que la radio que tenían algunos aveces era el centro de reunión o entretenimiento. El sulky era el mediode transporte para enviar a los pocos niños que había a la escuela enel pueblo más cercano. Eso rememoran hoy, los viejos y no tan viejos,en este pueblo de Las Colinas mucho mas grande y muy comunicado.Quienes escucharon la historia, que vamos a conocer, por boca de otrossugieren que fue una alucinación colectiva. Porque después deescucharla, realmente desean que haya sido así. Esa historia dejacallados y pensativos a los oyentes porque se dan cuenta que quienes larelatan parecen no encontrar las palabras para describir lo espantosoque fue, no lo que se vivió y el terror intenso que sintieron sino másprecisamente lo que escucharon. Y lo que oyeron fue muy claro, pese aque vieron poco y nada. Ellos dicen que “algo” fue al pueblo esa nochey que quería algo de ellos. Se los pedía, se los ordenaba. Y estánseguros que alguien se los envió o le abrió la puerta de este mundo.Saben quien fue ese alguien, vivió entre ellos en el pueblo. Las viejasdicen, persignándose, que esa persona era parte de esa cosa. Ahora,situémonos en aquel día de septiembre que en realidad fue normal ytranquilo. Lo terrible ocurrió a la noche. Veamos que hace ese alguienal que todos acusan de traer “algo”. “Algo” que tenia incomprensiblespropósitos y que en determinado momento llego a pedirle a losaterrorizados pobladores: que sean sus hermanos.

El hombre llego hasta la esquina, luego camino hasta el viejo paredón.Agarro un tronco lo acomodo y se sentó sobre el y puso sus cosas en elsuelo. Estas consistían en una bolsa de cuero, color negro,extrañamente lustrosa y limpia. Una caja de cartón, negra, cuadrada, ynada más. Su ropa no se diferenciaba de la de cualquier linyerarespetable: pantalón marrón claro, sucio, camisa gris con pequeñasrajaduras y zapatos negros también con sus respectivas rajaduras. Todomoderadamente sucio. Se veía bien alimentado, con una barba pareja y nomuy crecida. Tendría entre cincuenta y cincuenta y cinco años a juzgarpor su semblante y las canas que se distinguían entre sus cabellos ybarba. Su mirada daba la impresión que estaba muy despierto y tal vezque no era ningún tonto. Claro que nadie en ese pueblito parece habernotado este último detalle. Todos se habían acostumbrado a estapersona, que había llegado hacia unos seis meses y se quedo a vivir enuna casucha abandonada. Todos pensaban que le faltaban algunostornillos, que era inofensivo y en cierto sentido era cierto. Habíatenido contacto con la gente, charlas de ocasión cuando pedía unospanes o se ofrecía para hacer un trabajito a algún vecino a cambio decomida o un litro de leche, nada del otro mundo. Lo de los tornillosfaltantes fue el comentario de todos cuando vieron que el hombre, quese llamaba Lucero, tenía ínfulas de predicador. Lo que iba a hacerahora no lo hacia todos los días, solo de vez en cuando, y habíaempezado al mes de llegar. Por eso a las personas que pasaban no lesllamaría mucho la atención, continuarían yendo y viniendo en sus tareasdiarias, tal vez un par de niños se detengan a escuchar a Lucero entredivertidos y curiosos. El haría su rutina como siempre, aun sentado,metería su mano en la caja sacaría un libro negro que tenia todo elaspecto de una Biblia y se pondría de pie. Poniendo su mano izquierdaen su pecho y levantando el libro con la derecha comenzaba el discursoa quien quiera escucharlo:
- Hermanos míos, arrepiéntanse…

- Si porque el gran día del Señor, el gran día de su furia estapróximo. En el cielo verán una estrella, allí donde les señalo ahora,en una tarde del Señor como esta. Esa luz crecerá hasta consumir todala obra del Maligno, se meterá por los ojos del anciano, de las mujeresy aun de los santos niños. Entrara a sus mentes, sus corazones y losestrujara para que despierten. Arrasara implacable como una tormenta dearena en el desierto, un fuego celestial devorara la paja seca de susiniquidades y mentiras. Caerá de rodillas el fuerte, el altanero, elpoderoso rey y sus guerreros. Esa luz les mostrara que nada son cuandolos cielos se abren para dar paso al gran día de la venganza del Señor.La tierra temblara, se sacudirán las montañas, se desbordaran los ríos,huirán las aves y los animales terrestres. Las madres abrazaran a suspequeñuelos y buscaran refugio, el joven se esconderá y rogaramisericordia porque sabe que sus días de libertinaje se habránterminado. No, no vengo con el agua para refrescar el cuerpo ni traigoel pan para el hambriento, dirá el Señor, esta es la espada de lajusticia que cortara la telaraña de iniquidades con que han enmarañadosus almas y sus destinos. ¿Dónde están, preguntara el Señor, quienesnegaban justicia al oprimido, quienes bajaban su espada contra suhermano? Los que hartaban sus estómagos mientras el humilde suplicabaen las puertas de los templos. Quienes sembraban la semilla de ladiscordia entre hermanos. Les caeré del cielo como una piedra encendiday produciré llagas ardientes en sus corazones insolentes. Yo limpiaresus almas, barreré la suciedad de sus hogares y pensamientos con unfuego abrasador, los vestiré con las ropas blancas de la pureza ypondré dentro de sus bocas el verbo de la verdad. Los uniré parasiempre…
Y aquí Lucero decía su frase final con la que parecía querer compensar tanto descalabro bíblico, ya todos la conocían:
- Y todos los hombres serán hermanos.

Luego de su discurso parecía esperar el arrepentimiento de lospecadores, miraba a los transeúntes de ese pequeño pueblo: el hombreque pasaba en bicicleta hacia el almacén, la señora que iba con supequeño de la mano o la señora de la otra esquina que había salido a lavereda a curiosear. Al no ver ningún converso farfullaba algunaspalabras, aunque no parecía muy disgustado. Señalando hacia ningún ladocon el dedo índice y sin levantar la mano daba la impresión desentenciar a los indiferentes. Metía el libro en la caja negra,levantaba el lustroso bolso negro y se iba caminando despacio ytranquilo hacia su casucha. Y aquí no había pasado nada. O tal vez si.Con el bolso en su mano derecha y la caja en la izquierda ahora iba porun camino, que se abría paso entre los pastizales, alejándose delpueblo. Hasta que tuvo a la vista su casa, miraba en todas direccionescomo si temiera estar siendo vigilado, y entraba en ella. Y luego decomenzada la noche, esta vez, dentro de esa casucha algo paso. Sihubiera alguien mirando, desde afuera y a la luz de la luna, habríanotado que las paredes de madera de la casa tomaban un aspecto extraño.Ahora parecían ondulantes como si la madera se hubiera convertido enhule y se moviera por causa de una suave brisa y también escucharía ellatido. El profundo y poderoso sonido de un latir que ahora eraacompañado por las contracciones de las paredes de esa pequeña casuchadando la impresión de haberse convertido en un corazón, en un infernalcorazón. Y menos mal que nadie se hallaba cerca, en esa noche quecomenzaba, porque habría quedado aterrado al escuchar una horriblecarcajada similar a un alarido. Como si ese lugar se hubiera convertidoen la entrada a este mundo del Maligno y ya estuviera aquí. Si, elmismísimo Maligno que nombro Lucero en su discurso.

Esa horrible noche recién empezaba. De la casucha salio un enorme perronegro, tan negro como no se podría haber conseguido con ninguna tinturade la tierra, con unos ojos que no debería mirar ningún humano. Y algomás salio con el, algo que por suerte no era visible en este mundoporque solo proyectaba una enorme y deforme sombra en el suelo, quepensaba solo en maldad porque era la maldad y de ese algo parecíaescucharse unas palabras similares a un gorgoteo rítmico que tal vezparecía decir: Y TODOS LOS HOMBRES SERAN MIS HERMANOS… Y TODOS LOSHOMBRES SERAN MIS HERMANOS…. El sonido del gorgoteo parecía a veces unlamento, otras una esperanza y también una afirmación. Toda la atrozescena tenía de telón de fondo el sonido de los jadeos del infernalperro. Iban hacia el pueblito. Allí algunos tenían pesadillas, lassufrían sin poder despertarse, otros se despertaban sudorosos yasustados. Estos últimos no podían volver a dormir porque todos losperros del pueblo parecían haber enloquecido y aullaban en un lastimerolamento como nunca se los había escuchado. Había algo más… en el cielo.La luna cubierta por una especie de neblina había tomado un colorrojizo. Y de ese color bañaba al pueblo, que con ese aspecto y losaullidos de los perros formaba un paisaje de pesadilla. Todos estabanasustados porque sentían que algo malo iba a ocurrir, y nadie quedo enla calle. Ocurre que cuando un perro comienza a aullar los demás losacompañan dijeron algunos esa noche, la luz roja es un efectoatmosférico producido por la neblina, también se dijeron otros. Hastaque escucharon el horrible gorgoteo. Y nadie se animo a salir a lacalle. La gente cerró sus puertas y ventanas y ni siquiera se animo aespiar hacia afuera por una rendija. Aterraba a aquellas personas darsecuenta que el potente gorgoteo que escuchaban eran palabras y setapaban los oídos para no entenderlas. Pero no pudieron evitar escuchary entender, luego de un corto silencio, lo que ese algo les grito. No,sus pobres oídos humanos no estaban preparados para este gorgoteoinfernal y diabólico:
- ¡SEAN MIS HERMANOS!

Eso acallo a los perros, como si hubieran recibido una orden. Ahorahabía silencio, aunque no era total porque se escuchaba el jadeo, unjadeo que los aterrorizados habitantes sabían que no podia provenirnunca de un perro de este mundo. El tiempo parecía haberse detenido.Nadie podia comunicarse con su vecino, ya nadie dormía, algunosrezaban. Muchas mujeres y niños comenzaron a llorar, abrazados lasmadres a sus hijos y tapándoles los oídos. Los hombres, jóvenes yviejos, no parecían tener el valor de hacer algo. Y era realmente lomas sensato quedarse dentro de las casas, porque otra cosa comenzó aocurrir afuera. La niebla. La extraña neblina que cubría la lunaparecía estar descendiendo haciendo aun más fantasmal al pequeñopoblado. Y cada familia en cada una de esas casas creía tener a lainfernal presencia enfrente suyo, como si los hubiera elegido a ellosen particular. Y otra vez el gorgoteo. Esta vez se oía mas bajo yrítmico, una especie de canción que no debería oírse en este mundo. Yahora ocurrió algo que produjo la huida enloquecida de casi todos losperros, el desmayo por miedo a algunas mujeres y niños, e hizo llorar aalgunos hombres: …EL AULLIDO. Potente, indescriptible, como solo unabestia venida del infierno podría producir. Quien sabe que hubierapasado a las mentes de esa pobre gente si eso hubiera aullado porsegunda vez, no lo hizo. Todos en el pueblo se habían tapado los oídoscon fuerza, hasta el dolor, rogando al cielo no volver a escucharlo.Pero esta pesadilla no había terminado para nadie, lo que había afueraparecía haber venido para algo y no pensaba irse. Ahora no se escuchabael gorgoteo de esa cosa, pero si sus pasos y esos pasos se dirigíanhacia cada una de las casas. Llegaban hasta la puerta y luego se oíacomo si retrocediera. Otras veces los pasos daban la impresión derodear la casa, corriendo y lo que causaba mas horror sobre el horrorque sentían todos era escuchar el pesado andar de un perro. De pronto,nada. Silencio y quietud, pero los habitantes de ese pueblito ya nocaerían en esa especie de truco diabólico. Sabían que hablaría otra vezy presas del pánico se tapaban los oídos con desesperación. Y eseespanto en la Tierra gorgoteo otra vez:
- ¡ENTRARE A SUS MENTES Y SUS CORAZONES!

Ya nadie quería estar solo, en cada una de las casas de ese pueblito deescasos habitantes. En esa noche interminable, en cada hogar todos seamontonaban tomándose de las manos o abrazándose a la luz tenue de lasvelas o lámparas. Ahora los arañazos. Sobre sus techos todos comenzarona sentir el raspado de unas poderosas garras, que los recorrían depunta a punta. No era la imaginación de nadie, en algunas partes, deltecho se desprendían fragmentos de material y quienes tenían techo dechapa oían un raspado insoportable. Los arañazos ahora disminuían suintensidad, pero porque eran reemplazados por otro tipo de ruido:golpes. Y en las puertas. Todos parecieron entender que se habíanacabado los juegos y que sea lo que sea quien estaba afuera, entraría.Y lo verían. Nadie quería verlo, todos se abrazaron acurrucados ytemblorosos. En silencio. Los golpes continuaban y aumentaban suintensidad, estaba tirando las puertas abajo. Y cuando parecía quehabía llegado el fin, otra vez… se detuvo. Silencio. Todos volvieron atapar sus oídos con más fuerza. Los minutos comenzaron a correr y nadase oía, solo los sollozos ahogados de algunos. El tiempo seguía pasandoy: nada. Hasta que algunos notaron la claridad que se colaba por lasrendijas de puertas y ventanas. Los que se dieron cuenta comenzaron allorar, de alegría, esa luz era el sol. Estaba amaneciendo. Aun asípermanecieron todos largo tiempo en sus casas en la misma posición quetenían cuando esperaban lo peor. Ya era de día, algunos se animaron asalir y cuando sintieron que no había peligro llamaban a los demás.Toda esa gente se encontró, se saludaban y se abrazaban como si sereencontraran luego de estar separadas por mucho tiempo. De prontoalguien noto algo: fuego. En la lejanía, en dirección a la casucha deLucero, se veían llamaradas. Debería ser un gran incendio para versedesde aquí dijeron algunos. Todos se sentían atontados por laexperiencia que habían vivido, pero recordaban a su pesar lo que esealgo les decía y notaron la relación con el discurso que les había dadoLucero durante meses. Y entonces siguieron recordando su discurso, subolso negro, la caja negra y el libro negro y su extraña manía. Y sedieron cuenta que nunca lo conocieron de verdad. Alguien dijo una fraseque expresaba lo que ahora sentían todos, aun con miedo la dijo:
- Que se queme en el infierno.

Los perros que huyeron jamás regresaron y de los que se quedaronalgunos habían muerto de miedo. También se habían escapado algunoscaballos a los que fue muy trabajoso volver a traerlos. La primeranoche y las siguientes, luego de esa pesadilla, fueron muy tensas peronada ocurrió. Luego de unos días se atrevieron a ver que ocurrió en lacasucha, solo había cenizas, ni un rastro de un cuerpo. Aun así todossentían que no volvería y nunca volvió. Uno de los pobladores sepregunto: ¿como una casilla insignificante pudo producir llamaradas tanaltas al quemarse? Y alguien señalo algo que nadie parecía habernotado, que aquella noche de pesadilla solo había durado, a lo sumo,cuatro horas. Pero nadie quería aceptarlo ni pensar mas en esas cosas,querían olvidar algo que recordarían por el resto de sus vidas. Hoy díaaun hablan de aquello y al contarlo arriesgan alguna teoría de lo quepaso:
- Fue un acto desesperado del Diablo porque el juicio del Señor seacerca.- Dijo una anciana, mientras señalaba el lucero de la tarde y sepersignaba.
Respecto de porque el Maligno se detuvo, si es que lo hizo, también hay teorías:
- Tata Dios prendió la luz antes de tiempo, para salvarnos.- Dijo unviejo, mientras se mecía en su silla con aire de saberlas todas.

Y en cuanto al desparecido Lucero cuentan que en aquella época, pocosaños después de los hechos, comenzó a circular en el pueblo una leyendanunca confirmada si era real y nunca se supo quien la había iniciado.Que decía que un poblador espantado se había topado, en las cercaníasdonde estuvo la casucha y a la luz de la luna, con un Lucerosemidesnudo de larga barba y cabello enmarañado que corría enloquecidoen cuatro patas a esconderse entre los pastizales. Cuando se comentabaesto todos los presentes quedaban en silencio y siempre había alguiendispuesto a cambiar de tema, con temblorosa voz. Es lógico, nadiequería tener eso en su cabeza. Sea como sea en el pueblito de LasColinas no volvió a aparecer ningún extraño predicador, ellos tampocolo hubieran permitido. Ningún profeta de largos discursos bíblicos nifrases finales consoladoras como esa que decía: que todos los hombresserian hermanos.

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publicado por victoresteban a las 14:16 · Sin comentarios  ·  Recomendar

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